sábado, 22 de octubre de 2016

periodismo de filtración





¿Se encamina el periodismo de investigación hacia un modelo basado únicamente en la publicación de filtraciones?
Los papeles de Panamá, la mayor filtración de documentos de la Historia, no sólo han generado debate en torno a las cuestiones económicas y políticas que implican los datos que contienen, sino que ha sentado un precedente en el mundo del periodismo: pone de manifiesto la nueva forma en que los medios harán investigación a partir de ahora. Sin embargo, también hay que prestar atención al contenido: 

¿estamos dejando que el periodismo de investigación consista únicamente en publicar filtraciones?
“Estamos tratando de recuperar el terreno que robaron o tomaron porque hemos sido perezosos, descuidados y arrogantes en lo que se suponía que debíamos hacer: que la luz brille en las zonas oscuras”, explica Gerard Ryle, director del ICIJ, al New York Times. Y es que tras años de parálisis, la prensa ha comenzado a reaccionar, pero no como se esperaba: se ha perdido el encanto cinematográfico del joven reportero que va contactando con fuentes hasta crear un puzle que finalice en una gran exclusiva. Ahora parece que basta con chatear con un empleado desmotivado, un idealista antisistema o un simple hacker para obtener en cuestión de minutos lo que antes llevaba horas de arduo (y periodístico) trabajo. 

 “wikileakszación”

 Es lo que algunos ya llaman la “wikileakszación” del periodismo, un paso que fusiona el cuarto poder con un nuevo “quinto poder” compuesto por blogueros, hackers y activistas digitales. Una era basada en la violación de bases de datos y su publicación íntegra o mínimamente trabajada, y en la que los periodistas a veces son meros espectadores que caminan a rebufo de nuevos actores que no necesitan respetar las reglas del periodismo (porque no son periodistas o, aun siéndolo, “trabajan” con otros objetivos en mente) y cuyo papel no es el de garantes de la libertad y la democracia como les pasa a los medios, sino, sencillamente, el de “hacer justicia”.
Sin embargo, incluso dentro de este modelo existe la competencia: Wikileaks ha trabajado con algunos medios de comunicación, pero también tiene libertad y publica, como un medio más, sus propios contenidos. Además, estos entes tienen distintas formas de trabajar. Se vio de forma clara con las filtraciones masivas publicadas por Wikileaks: mientras que la plataforma de Julian Assange se limitó a publicar en bruto todos los documentos que poseían, los medios colaboradores (The Guardian o The Times entre ellos) se esmeraban por clasificar las filtraciones y creaban con esos datos historias que protegían identidades o datos especialmente sensibles, algo que Wikileaks no hizo en ningún momento, por lo que fue acusado por algunos gobiernos de haber puesto en peligro de manera innecesaria a personas inocentes.

 Papeles de Panamá

En el caso de los papeles de Panamá, Wikileaks ha criticado que el ICIJ haya ocultado parte de los datos filtrados que obtuvo. “Si censuras más del 99% de los documentos solo estás hacienda un 1% de periodismo”, explicó la plataforma en un tuit, lo cual demuestra los distintos puntos de vista que existen incluso en este nuevo sector de las filtraciones. ¿Deberían publicar los periodistas todo lo que logren obtener o, por el contrario, deberían seguir ostentando el papel de controladores de lo que se publica y lo que no? ¿Tiene sentido seguir ocultando algunos datos en la era de las filtraciones o el periodismo necesita irremediablemente no sucumbir a los excesos derivados de poder acceder a miles de documentos a golpe de clic para mantener su estatus como garante de la calidad de la información que llega al público?
Estas preguntas, extremadamente complejas y con respuestas que difícilmente podrían ser genéricas, sólo demuestran que el modelo está en plena transición: hace apenas seis años de las masivas filtraciones de Wikileaks, y fue precisamente en ese momento en el que comenzó un cambio que no ha hecho más que empezar. Los periodistas, los medios y el público deberán acostumbrarse a este funcionamiento y a estos productos. Porque no es el futuro: es el presente. Desde Wikileaks, las filtraciones se han intensificado tanto a nivel global como local. En España, por ejemplo, en los últimos años por la prensa han desfilado fotocopias de agendas, facturas, mensajes SMS y chats de WhatsApp de políticos, celebridades e incluso de la Familia Real.  

  EL  PERIODISMO  FILTRADO  ES ¡demasiado apetitoso!

El mundo digital deja rastro y ese rastro es demasiado apetitoso como para no publicarlo, especialmente si tiene algún interés para el público (e incluso el mero morbo de una conversación sin sustancia podría considerarse interés: ¿quién se iba a resistir a publicar un mensaje sin importancia enviado por alguien importante?).  

El dilema, y a la vez la salvación, para algunos periodistas es si publicar o no información que no se sabe muy bien cómo se ha obtenido. Aunque “ojos que no ven, corazón que no siente” puede ser una buena estrategia, muchos medios no tienen claro hasta qué punto podrían meterse en problemas por publicar contenidos excesivamente privados (como un mensaje de WhatsApp) sin saber cómo se ha obtenido: no es lo mismo que uno de los interlocutores lo comparta a que un hacker piratee un móvil y lo obtenga. La diferencia entre un caso y otro es sencilla: delito.
Esto abre, a la par que una guerra interna entre el bien y el mal, una guerra despiadada entre los periodistas y sus potenciales objetivos. Mientras que los primeros buscan la forma de poder acceder a nuevas filtraciones, los segundos (empresas, políticos, entidades…) buscan a la desesperada fórmulas para proteger sus comunicaciones digitales.


  EL CASO  Watergate

Sin embargo, y como en todo lo que se refiere al mundo digital, a menudo se le da más vueltas de lo necesario a la realidad: filtraciones ha habido siempre. ¿O acaso el Watergate no lo fue? Las gargantas profundas han sido la base del periodismo de investigación durante mucho tiempo. Sólo que antes eran adultos trajeados de influyentes amistades y ahora son jóvenes solitarios que visten pantalones vaqueros con sudaderas de capucha.
El “problema”, por llamarlo de algún modo, es que mientras que los adultos trajeados no salían del sistema a pesar de su filtración, los jóvenes hackers nunca han entrado en él y su poder es tan grande y peligroso que han creado su propio ente: el Quinto Estado

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